domingo, 3 de abril de 2011

Historia y Poesía



En alguna de las interminables tardes en que ayudé a mi amigo y ex maestro de poesía en la UACM a preparar su libro Temporada de flores muertas –no se refería al estado fallido- me dijo que la verdadera historia de la humanidad la han escrito los poetas. Lo acepté a medias. El ron y el blues me vuelven increíblemente crédulo. Pensé pues en Homero, Virgilio y en algunos más. También en mi amigo, pues en su libro El tamaño del dolor plasma terriblemente –con esa estética del terror- la guerra de los Balcanes, que lo trajo refugiado a México, junto con su familia.
Viene esto a colación, pues en 1980 escribí la primera versión sobre Guillén de Lampart, basado en las pocas fuentes de las que pude hacerme, y pues ya llovió, como decía la abuela, además de que mi formación no era –ni es- la de historiador.
Hace unos días, la Biblioteca Digital de México (bdmx.mx) presidida por la Dra. Andrea Martínez Baracs, dio a conocer la Proclama por la Liberación  de la Nueva España de la Sujeción a la Corona de Castilla y Sublevación de sus Naturales,  de Guillén de Lampart.  La Dra. Martínez tuvo la gentileza de enviarme el documento Don Guillén de Lampart, Hijo de sus Hazañas, cuya autoría omito, pues aún no está publicado. Proporciona además una abundante bibliografía con la ventaja de estos tiempos modernos: consulta en línea de escritos de la época. De haber conocido estos documentos, seguramente la obra dramática hubiera tomado otras veredas. Pero no he faltado a la verdad, pues nos encontramos dos vertientes. La verdad histórica y la verdad dramática o literaria. Desde luego creo no haber incurrido en ninguna falsedad histórica, aunque gocé de las libertades que da la ficción.
Si hoy escribiera la obra nuevamente, sería otra cosa muy distinta. Pero -y va la perogrullada- sería otra cosa. En lo que sí tengo que echar reversa, es en la adaptación de la increíble vida de Don Guillén a radionovela y en guión cinematográfico. Pienso que aquélla tiene que conservar el carácter lúdico, por lo propio del género, sin caer en la chabacanería en que lo ubicó una versión, también radionovelada, de la vida de nuestro héroe, basada en la obra de Vicente Rivapalacio. Con todos los respetos que tengo por Don Vicente, desde el nombre de su novela  se ven los rumbos que tomaría: Memorias de un impostor. Por el contrario, éste –el guión cinematográfico- tendrá que contener los elementos propios de una tragedia, pues termina con la muerte, y un retrato e interpretación de su tiempo, tanto en Europa como en la Nueva España y dejando de lado en lo posible aunque es irrenunciable, la ficción.
Para concluir, es imprescindible para la historia, echar mano de los poetas, pues la historia que no imagina, no aventura, no arriesga, que no echa un ojo al gato y otro al garabato, se pierde en el tiempo, hoy sería como si los hechos fueran ignorados por la televisión: se trocarían en volátiles, inasibles;  de ahí la perversión de Inisiatiba Méjico (sic) además, para algo tendríamos que servir, no sólo para regodearnos entre nosotros mismos, celebrándonos o martirizándonos- y la historia nos sirve para algo muy sencillo: para salir del yo;  es el instrumento para fijar el compromiso con nuestro tiempo, con nuestros semejantes, pues efectivamente, los poetas SÍ tenemos semejantes, aunque algunos se crean en el Mictlán, en el Olimpo, en el Valhala, en el Paraíso…
¡Historiadores y poetas, unidos,  jamás serán vencidos!
(Consigna para la historia; para la literatura es un asco) (Y creo que también para la historia)

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