viernes, 20 de mayo de 2011

Al Lector

La estulticia, el error, el pecado, la amezquindad,
ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,
y alimentamos nuestros amables remordimientos,
como los mendigos nutren su miseria.


Nuestros pecados son tercos, nuestros arrepentimientos cobardes;
nos hacemos pagar con largueza nuestras confesiones,
y volvemos alegremente al camino fangoso,
creyendo lavar todas nuestras faltas con viles llantos.


En la almohada del mal es Satán Trimegisto
quien mece largamente nuestro espíritu hechizado,
y el rico metal de nuestra voluntad
lo ha vaporizado totalmente este sabio químico.


¡El Diablo es quien sostiene los hilos que nos mueven!
Encontramos atractivos los objetos repugnantes;
todos los días descendemos un paso hacia el infierno,
sin horror, a través de las tinieblas que apestan.


Como un libertino pobre que besa y muerde
el pecho martirizado de una vieja ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que exprimimos bien fuerte como una naranja mustia.


Prieto, hormigueante, como un millón de lombrices,
en nuestro cerebro se juerguea un pueblo de demonios,
y, cuando respiramos, la Muerte a nuestros pulmones
desciende, río invisible, con apagados lamentos.


Si el estupro, el veneno, el puñal, el incendio,
no han bordado todavía con sus gratos dibujos
el cañamazo trivial de nuestros míseros destinos,
es porque nuestra alma, ¡ay!, no se ha atrevido.


Mas entre los chacales, las panteras, los linces, 
los monos, los escorpiones, los buitres, las serpientes,
los monstruos chillones, aulladores, gruñidores, rampantes
en el establo infame de nuestros vicios,


hay uno más feo, más ruin, más inmundo.
Si bien no prodiga ampulosos gestos ni griterío,
hará con gusto de la tierra un cascajo
y en un bostezo engullirá al mundo:


¡es el Fastidio -el ojo anegado de un llanto involuntario,
sueña patíbulos mientras fuma su pipa.
¡Tú le conoces, lector, a ese monstruo delicado,
-hipócrita lector- mi semejante, mi hermano!




Charles Baudelaire

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